Cuentos con moraleja: "La vieja higuera"

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Durante todo el invierno y la primavera habíamos estado con albañiles en la casa. Parece que la obra, por fin, estaba casi terminada. Fueron cinco meses de continuas molestias y pesares. Quedaba una cosa que me molestaba. Era la presencia de una vieja higuera situada en un rincón del patio de la casa.

Era un árbol medio estéril, retorcido, de feo aspecto, con ramas desiguales y carentes de belleza. Mandé que lo arrancasen. Pero cuando iban a hacerlo, surgió una dificultad. Una buena mañana empezó a llover y se detectó una gotera en el tejado del dormitorio de los niños. En ese momento pensé:

— No acabaremos nunca con los albañiles

Fue preciso desmontarlo y poner unas vigas nuevas para sustituir a las que estaban medio podridas. La obra llevó casi tres semanas más.

Mientras se llevaba a cabo esta chapuza, la higuera echó unas pequeñas hojas. Para ella ya era primavera. Había hecho un gran esfuerzo para reverdecer.

La contemplé agarrada al suelo, con sus raíces dolorosas y artríticas. Llevaban allí más de doscientos años, luchando contra el viento y contra el frío, para sobrevivir. Yo, que como quien dice acababa de llegar, quería suprimirla sólo porque era fea.

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Cuentos con moraleja: "Una bella enseñanza"

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Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo por los jardines del campus con un profesor, a quien los alumnos consideraban un buen amigo debido a su bondad para con todos. Mientras caminaban, vieron encima de un banco, de los que suelen haber en los jardines, un par de zapatos viejos y un abrigo. Supusieron que pertenecían al anciano que trabajaba en el jardín y que estaría por terminar sus labores diarias.

El alumno dijo al profesor:

—Gastémosle una broma. Escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.

— Querido amigo -le dijo el profesor, nunca debemos divertirnos a expensas de los pobres. Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.

Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre pobre, terminó sus tareas del día, y cruzó el jardín en busca de sus zapatos y su abrigo.

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Cuentos con moraleja: "Gracias por sacarme del apuro"

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Un niño de nueve años está sentado en su pupitre y, de repente, hay un charco a sus pies y la parte de adelante de sus pantalones está mojada.

Piensa que su corazón se va a detener porque no puede imaginarse cómo esto pudo haber sucedido. Nunca antes le había pasado. Y sabe que cuando los niños se den cuenta no habrá final, no pararán. Cuando las niñas se den cuenta, no volverán a hablarle mientras viva…

El niño piensa que su corazón se va a detener; agacha la cabeza y dice esta oración:

—Querido Dios, esto es una emergencia. ¡Necesito ayuda ahora! Si no haces algo estoy muerto.

Al levantar la cabeza después de su oración ve venir a la maestra con una mirada que le hace pensar que ha sido descubierto.

Mientras la profesora camina hacia él, una compañera de nombre Susie va cargando un pez dorado en una pecera llena de agua. Susie se tropieza frente a la profesora e inexplicablemente derrama toda el agua en el regazo del muchacho.

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Cuentos con moraleja: "El ejemplo de Santa Isabel de Hungría"

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Santa Isabel de Hungría (1207-1231) siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida.

A los cuatro años había sido prometida en matrimonio, se casó a los catorce, fue madre a los quince y enviudó a los veinte. Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia, concluyó su vida terrena a los 24 años de edad. Cuatro años después el Papa Gregorio IX la elevaba a los altares.

Vistas así, a vuelo de pájaro, las etapas de su vida parecen una fábula, pero si miramos más allá, descubrimos en esta santa las auténticas maravillas de la gracia y de las virtudes.

Su padre, el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por esposa a Luis, hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenía 11 años. A pesar de que el matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio vivido en el amor y una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la felicidad humana, entre la diadema real y la aureola de santidad. La joven duquesa, con su austeridad característica, despertando el enojo de la suegra y de la cuñada al no querer acudir a la Iglesia adornada con los preciosos collares de su rango:

—“¿Cómo podría—dijo cándidamente—llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de espinas?”

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Cómo llegar a San Alberto Magno

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